Soltar la ausencia desfiltrante, imaginaria. No cortar ni por un instante la verbalizacion puesta en conceptos aunque incoherentes inconexos. Que la mano sea y aun si cuelga en el aire mas que sobre la hoja, tratar de que sea una sola ráfaga, un solo motor. Porque si en el detenerse hay juicio, hay eleccion, vacío, nada. Una respiracion mas profunda, entre las dos fosas, vuelve a detenerse. La mano pide un cambio de ritmo, veo la letra y esta hecha un desastre. Desprolija, tirada, salvaje, escupida. Voy a intentar correjirla. Mayor legibilidad, como si alguna parte de prestarle atencion a la posicion y dibujo de cada letra me llevara a otro estadío.
Será igual con otras cosas? La diferencia entre correr, sacarse las cosas de encima, como si fuesen un peso y no una eleccion propia. Y entonces si lo elijo, soy consciente y empiezo a observar de nuevo, qué motor me mueve, desde donde hago lo que hago, escribo lo que escribo, digo lo que digo, miro, comparto, registro. Si a cada momento pudiese acariciar, si a cada cosa pudiese darle la calidad caricia, viviría en un carimundo, riciamundo, risueña y riente. Una suspención, nube que acobija a mi alrededor. Otra carica de nube. Puedo acariciar todo lo que rodeo? Es necesario? O elijo qué. Si lo que acaricio pinchase, entonces solo le dejo una intención. Como si le regalo, como si no. De hecho le regalo una caricia inmanifiesta. Una intención verdadera y honesta. Un te deseo bien y me disuelvo. Un me ahogo, un me tiento a volver al escupitajo veloz donde la correccion de las palabras no llega, no me alcanza. Porque algo de esa seleccion creo que es traba o no. Seguir el impulso, la cadencia natural, espontánea, escupida, retorcida o reprimida. Ligada a un vaso con dulce de leche hecho cactus amazonico de plumas y pico naranja lima. Una gota de desierto caliente hirviente es el bao apocalíptico de jinetes inservibles que gritan y escupen como guerreros impávidos.